«Oro perdido en los Esteros del Ibera»

La leyenda de las carretas enterradas en los Esteros del Iberá
Hace mucho tiempo, cuando el país se llamaba Provincias Unidas del Río de la Plata, hubo una guerra entre los patriotas y los realistas, que querían detener el dominio español. Los realistas contaban con el apoyo de los portugueses, que invadieron el territorio desde el Brasil.
En una de las provincias, llamada Corrientes, había un pueblo muy rico y devoto, que tenía una hermosa iglesia con un altar de oro y plata.
Los habitantes del pueblo temían que los invasores llegaran y saquearan sus bienes, así que decidieron huir hacia el sur, buscando refugio en Buenos Aires.
Para ello, cargaron sus pertenencias más valiosas, incluyendo el oro y la plata de la iglesia, en varias carretas tiradas por bueyes. El camino era largo y peligroso, y tenían que atravesar los Esteros del Iberá, un enorme humedal lleno de lagunas, pantanos y cañadas.
Los Esteros eran un lugar mágico, donde vivían muchos animales, como yacarés, carpinchos, ciervos, lobitos de río y aves de todos los colores.
También era un lugar sagrado para los guaraníes, los antiguos habitantes de la región, que le habían dado el nombre de Iberá, que significa “agua brillante”.
Los guaraníes creían que los Esteros eran el hogar de los espíritus de la naturaleza, y que había que respetarlos y cuidarlos.
Por eso, no se atrevían a entrar en las aguas del Iberá, ni a llevarse nada de lo que allí había.
Pero los habitantes del pueblo no conocían estas creencias, ni les importaban.
Ellos solo querían escapar de los portugueses y salvar sus tesoros.
Así que entraron en los Esteros, sin pedir permiso ni dar las gracias a los espíritus.
Los Esteros no les dieron la bienvenida. El camino se volvió cada vez más difícil, y las carretas se hundían en el barro y el agua.
Los bueyes se cansaban y se asustaban con los ruidos y los movimientos de los animales.
Los viajeros se perdían y se desorientaban con las luces y las sombras de los Esteros.
Una noche, cuando la luna estaba llena y el agua brillaba, ocurrió la desgracia. Dos de las carretas, las que llevaban el oro y la plata de la iglesia, se quedaron atascadas en una laguna profunda. Los bueyes se desbocaron y se soltaron de los yugos, dejando las carretas abandonadas.
Los viajeros intentaron rescatar las carretas, pero fue en vano.
El agua era demasiado honda y oscura, y los yacarés se acercaban amenazantes.
Los espíritus del Iberá se habían enojado con los intrusos, y habían decidido quedarse con el oro y la plata.
Los viajeros tuvieron que seguir su camino, dejando las carretas enterradas en los Esteros. Nunca llegaron a Buenos Aires, y nadie supo qué fue de ellos.
Desde entonces, se dice que las carretas siguen ahí, bajo el agua, esperando a alguien que las encuentre. Pero nadie se ha atrevido a buscarlas, porque los Esteros son un lugar peligroso y misterioso, donde los yacarés vigilan y los espíritus castigan.
Algunos dicen que, en las noches de luna llena, se pueden ver resplandores y fuegos fatuos sobre la laguna donde están las carretas, como señales del oro escondido. Pero nadie se acerca, porque saben que es una trampa, y que los Esteros no quieren compartir su tesoro.
Así, el oro sigue escondido, esperando bajo las aguas del Iberá, una leyenda viva que añade un toque de misterio a la belleza natural de los Esteros.

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